Cristo, la piedra angular
En la cruz, Jesús carga con nuestras enfermedades y soporta nuestro sufrimiento
Hoy conmemoramos el Viernes de la Pasión del Señor o Viernes Santo. Es un día de inmensa pena y dolor, pero también hace posible que exista la verdadera libertad y una gran alegría.
En la segunda lectura del Viernes Santo (Heb 4:14-16; 5:7-9), leemos que nuestro Señor comprende nuestras debilidades humanas: “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado” (Heb 4:15).
Jesús sufrió y murió por nosotros, una afirmación que no nos atrevemos a tomar a la ligera, especialmente hoy en día. La cruel humillación y la brutal tortura que sufrió, y la dolorosa muerte que padeció, las asumió libremente por nosotros. Fueron castigos que no merecía, pero que aceptó como expiación por los pecados cometidos por mí y por usted, y por todo ser humano jamás nacido.
El diccionario define “expiación” como el acto de enmendar o reparar la culpa o el mal cometido. De forma agridulce, hoy conmemoramos la expiación de nuestros pecados que realizó el Hijo único de Dios al morir en una cruz.
En la primera lectura del Viernes Santo (Is 52:13-53:12), el profeta Isaías predice este acto de expiación divina:
Ciertamente él llevó nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores. Nosotros lo tuvimos por azotado, como herido por Dios y afligido. Pero él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestros pecados. El castigo que nos trajo paz fue sobre él, y por sus heridas fuimos nosotros sanados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas; cada cual se apartó por su camino. Pero el SEÑOR cargó en él el pecado de todos nosotros. (Is 53:4-6).
La tragedia de nuestro egoísmo y pecado la describe claramente Isaías cuando dice que todos nos habíamos descarriado como ovejas, siguiendo cada uno su propio camino; sin embargo, pese a nuestra culpa individual y colectiva, Dios no nos condenó ni nos abandonó. Jesús eligió llevar la carga de nuestros pecados sobre sus propios hombros y sufrir las consecuencias de nuestra culpa en su propio cuerpo. Isaías expresa que tras sufrir esa expiación: “Verá el fruto de su propia aflicción, y se dará por satisfecho.
Mi siervo justo justificará a muchos por medio de su conocimiento, y él mismo llevará las iniquidades de ellos” (Is 53:11).
La lectura del Evangelio del Viernes Santo es la pasión de nuestro señor Jesucristo según san Juan (18:1-19:42). Es la conocida pero inquietante historia de la traición de un hombre honesto por parte de sus amigos más íntimos. San Juan nos dice en un lenguaje sencillo y directo que Jesús acudió voluntariamente a su injusto juicio y cruel condena a muerte en una cruz.
En palabras de Isaías:
Se verá angustiado y afligido, pero jamás emitirá una queja; será llevado al matadero, como un cordero; y como oveja delante de sus trasquiladores se callará y no abrirá su boca. Sufrirá la cárcel, el juicio y la muerte; ¿y quién entonces contará su historia, si él será arrancado por completo de este mundo de los vivientes y morirá por el pecado de mi pueblo? Se le dará sepultura con los impíos; morirá en compañía de malhechores; a pesar de que nunca hizo violencia a nadie, ni jamás profirió una sola mentira. Pero al Señor le pareció bien quebrantarlo y hacerlo padecer. (Is 53:7-10).
Jesús se sometió voluntariamente, aunque con la gran ansiedad revelada por su intensa agonía en el Huerto de los Olivos la noche antes de ser capturado y cruelmente ejecutado.
¿Por qué nuestro Señor fue voluntariamente a su pasión y muerte? Para comenzar, se hizo hombre por la voluntad de su Padre. Y, como resultado de su obediencia hasta la muerte, el profeta Isaías nos dice: “Cuando se haya presentado a sí mismo como ofrenda para la expiación de pecado, verá a su descendencia, tendrá una larga vida, y por medio de él se verá prosperada la voluntad del Señor” (Is 53:10).
El Viernes Santo es la culminación de nuestra observancia de los 40 días de la Cuaresma y debería también ser el momento culminante de nuestro viaje espiritual con Jesús. Para ser auténticos discípulos de Jesús, debemos tomar nuestras cruces individuales y seguirle, ya que este es el único camino a la alegría de la Pascua: el vía crucis.
Que nuestro recuerdo de su sufrimiento y muerte sea fuente de arrepentimiento, sanación y renacimiento. Que el haber aceptado el dolor y la muerte por nosotros nos inspire a vivir como Jesús y a entregarnos por completo al amor a Dios y al prójimo que él mismo nos enseñó con sus palabras y su ejemplo como la única forma de experimentar la felicidad y la paz eternas.
Que tengan una bendecida observancia del Viernes Santo. †