El rostro de la misericordia / Daniel Conway
La paz es un elemento central de la misión de los discípulos de Cristo
En el Sermón de la montaña, Jesús dijo: “Felices los que trabajan en favor de la paz, porque Dios los llamará hijos suyos” (Mt 5:9). Lograr que la paz sea posible es un elemento central de la misión de quienes eligen seguir a Jesucristo.
En su mensaje en ocasión de la Jornada Mundial de la Paz, el papa Francisco reflexionó sobre la responsabilidad que tienen los líderes mundiales de fomentar la paz. “En efecto, la función y la responsabilidad política constituyen un desafío permanente para todos los que reciben el mandato de servir a su país, de proteger a cuantos viven en él y de trabajar a fin de crear las condiciones para un futuro digno y justo,” expresó el papa. “La política, si se lleva a cabo en el respeto fundamental de la vida, la libertad y la dignidad de las personas, puede convertirse verdaderamente en una forma eminente de la caridad.”
Para que las personas, las comunidades locales y las naciones puedan vivir juntas en paz es esencial que haya respeto por la dignidad humana. “Estamos convencidos de que la buena política está al servicio de la paz;—afirma el Sumo Pontífice—respeta y promueve los derechos humanos fundamentales, que son igualmente deberes recíprocos, de modo que se cree entre las generaciones presentes y futuras un vínculo de confianza y gratitud.”
El papa Francisco no es ingenuo: sabe que lograr la paz es una responsabilidad compleja y difícil, especialmente entre aquellos que sienten resentimientos por injusticias (reales o percibidas) ocurridas hace siglos. Además, existen obstáculos que provienen de los pecados de personas individuales y de sistemas sociales. Tal como señala el papa:
“En la política, desgraciadamente, junto a las virtudes no faltan los vicios, debidos tanto a la ineptitud personal como a distorsiones en el ambiente y en las instituciones. Es evidente para todos que los vicios de la vida política restan credibilidad a los sistemas en los que ella se ejercita, así como a la autoridad, a las decisiones y a las acciones de las personas que se dedican a ella.
“Estos vicios, que socavan el ideal de una democracia auténtica, son la vergüenza de la vida pública y ponen en peligro la paz social: la corrupción—en sus múltiples formas de apropiación indebida de bienes públicos o de aprovechamiento de las personas—la negación del derecho, el incumplimiento de las normas comunitarias, el enriquecimiento ilegal, la justificación del poder mediante la fuerza o con el pretexto arbitrario de la “razón de Estado”, la tendencia a perpetuarse en el poder,—dice el Santo Padre—la xenofobia y el racismo, el rechazo al cuidado de la Tierra, la explotación ilimitada de los recursos naturales por un beneficio inmediato, el desprecio de los que se han visto obligados a ir al exilio.”
Frente a tales obstáculos, no es de sorprender que en el mundo de hoy en día todavía haya guerras, disturbios civiles y diversas formas de tiranía y opresión.
Y sin embargo, los cristianos creemos que Jesús, el Príncipe de la Paz, nos ha entregado las herramientas espirituales que necesitamos para alcanzar la paz.
Comenzando por las Bienaventuranzas y los principios morales que constituyen las bases de los programas legislativos y sociales que respetan la vida y la dignidad de cada persona independientemente de su situación económica, social o política, el papa Francisco nos asegura que estamos llamados a ser “artesanos de la paz.”
“La auténtica vida política, fundada en el derecho y en un diálogo leal entre los protagonistas, se renueva con la convicción de que cada mujer, cada hombre y cada generación encierran en sí mismos una promesa que puede liberar nuevas energías relacionales, intelectuales, culturales y espirituales” nos enseña el papa. “Una confianza de ese tipo nunca es fácil de realizar porque las relaciones humanas son complejas. En particular, vivimos en estos tiempos en un clima de desconfianza que echa sus raíces en el miedo al otro o al extraño, en la ansiedad de perder beneficios personales.”
El papa Francisco considera que la paz verdadera “es fruto de un gran proyecto político que se funda en la responsabilidad recíproca y la interdependencia de los seres humanos.” Pero esto no ocurre fácilmente.
La paz conlleva una conversión del corazón y del alma; es interior y comunitaria, y conlleva tres dimensiones inseparables, según lo explica el Santo Padre:
-
la paz con nosotros mismos, rechazando la intransigencia, la ira, la impaciencia y―como aconsejaba san Francisco de Sales―teniendo “un poco de dulzura consigo mismo”, para ofrecer “un poco de dulzura a los demás”;
-
la paz con el otro: el familiar, el amigo, el extranjero, el pobre, el que sufre...; atreviéndose al encuentro y escuchando el mensaje que lleva consigo;
-
la paz con la creación, redescubriendo la grandeza del don de Dios y la parte de responsabilidad que corresponde a cada uno de nosotros, como habitantes del mundo, ciudadanos y artífices del futuro.
El santo patrono del papa Francisco, san Francisco de Asís, fue un verdadero pacificador. Sus esfuerzos no siempre tuvieron éxito, pero las herramientas espirituales que utilizó todavía resuenan en nuestra época, llevando amor donde hay odio, perdón donde hay injuria, y alegría donde hay tristeza y desesperación.
Señor, haznos instrumentos (artesanos) de tu paz.
(Daniel Conway es integrante del comité editorial de The Criterion.) †