El rostro de la misericordia / Daniel Conway
El fundamento de la Cuaresma: ‘preguntarnos hacia dónde está orientado el corazón’
“Que en la Cuaresma nos preocupemos cada vez más por ‘decir palabras de aliento, que reconfortan, que fortalecen, que consuelan, que estimulan,’ en lugar de ‘palabras que humillan, que entristecen, que irritan, que desprecian.’ Para dar esperanza a los demás, a veces basta simplemente con ser amable, con estar dispuestos a dejar ‘a un lado sus ansiedades y urgencias para prestar atención, para regalar una sonrisa, para decir una palabra que estimule, para posibilitar un espacio de escucha en medio de tanta indiferencia’ ” (Mensaje del papa Francisco para la Cuaresma; Fratelli Tutti: Sobre la fraternidad y la amistad social, #223-224).
La mayoría estará de acuerdo en que existe una crisis de bondad en el mundo actual. Especialmente en el discurso político, pero también en otros ámbitos de la vida, existe una fuerte tendencia a demonizar a quienes piensan o actúan de forma diferente a nosotros. Las personas civilizadas pueden acordar estar en desacuerdo, pero aquellos que desprecian toda forma de diferencia—intelectual, cultural o política—solamente propinan insultos.
Durante el último año de la pandemia de la COVID-19, el papa Francisco ha pedido constantemente un cambio radical en la forma de hablarnos como hermanas y hermanos hechos a imagen y semejanza de Dios. Su encíclica de 2020 titulada Fratelli Tutti: Sobre la fraternidad y la amistad social aboga con pasión por una mayor fraternidad y solidaridad humanas entre los pueblos del mundo. “Para dar esperanza a los demás—escribe el Papa—a veces basta simplemente con ser amable” (#224).
¿De dónde proviene la bondad? Proviene, por supuesto, del corazón humano, de un corazón lleno de amor y compasión. Si nuestro corazón rebosa de amor, es mucho más fácil ser amable, incluso con las personas que nos desagradan o con las que no estamos de acuerdo. Pero si nuestro corazón es poco cariñoso y está cerrado a las preocupaciones de los demás, nos resistimos a todo intento de establecer un terreno común con quienes no están en nuestro círculo íntimo.
La Cuaresma es un tiempo para examinar y, de ser posible, reorientar nuestros corazones. Tal como lo expresó el papa Francisco en su homilía del Miércoles de Ceniza, “la cuaresma no es hacer un ramillete espiritual, es discernir hacia dónde está orientado el corazón. Este es el centro de la cuaresma: ¿Hacia dónde está orientado mi corazón?”
Esforzarnos por liberar el corazón de las actitudes, las emociones y los miedos irracionales que nos impiden ser amables y compasivos con los demás es un proceso de renovación espiritual. Es el “viaje de regreso a Dios” que el papa Francisco dice que “implica toda nuestra vida, todo nuestro ser.”
Regresar a Dios significa alejarse del “yo” y de las exigencias del ego; implica permitir que el amor y la misericordia inagotables de Dios inunden nuestros corazones y laven toda impureza.
La Cuaresma es la época de la sanación y la esperanza; es el momento en el que reconocemos nuestros pecados y pedimos a Dios que nos ayude a ser más amables, más cariñosos y llenos de esperanza. Tal como nuestro Santo Padre lo plantea:
“Hemos caído: somos hijos que caen continuamente, somos como niños pequeños que intentan caminar y caen al suelo, y siempre necesitan que su papá los vuelva a levantar. Es el perdón del Padre que vuelve a ponernos en pie: el perdón de Dios, la confesión, es el primer paso de nuestro viaje de regreso. [...] Todos tenemos vicios arraigados, solos no podemos extirparlos; todos tenemos miedos que nos paralizan, solos no podemos vencerlos. Necesitamos imitar a aquel leproso, que volvió a Jesús y se postró a sus pies. Necesitamos la curación de Jesús, es necesario presentarle nuestras heridas y decirle: ‘Jesús, estoy aquí ante Ti, con mi pecado, con mis miserias. Tú eres el médico, Tú puedes liberarme. Sana mi corazón.’ ”
La renovación espiritual que perseguimos activamente durante la Cuaresma es lo que hace posible la bondad y la solidaridad con todos nuestros hermanos y hermanas. “Dios no nos señala con el dedo,” dice el papa Francisco, “sino que abre los brazos de par en par.” Nuestro reto es ser tiernos y amorosos con los demás en la medida en que Dios es amable y compasivo con nosotros.
“En los vacíos más dolorosos de la vida—asegura el Santo Padre—Dios nos espera con su misericordia infinita. Porque allí, donde somos más vulnerables, donde más nos avergonzamos, Él viene a nuestro encuentro. Y ahora que ha venido a nuestro encuentro, nos invita a regresar a Él, para volver a encontrar la alegría de ser amados.
“La cuaresma es un abajamiento humilde en nuestro interior y hacia los demás,” señala el papa Francisco. “Es entender que la salvación no es una escalada hacia la gloria, sino un abajamiento por amor.”
De ahí proviene la bondad, del abajamiento por amor, y nuestro mundo necesita esta bondad ahora más que nunca.
(Daniel Conway es integrante del comité editorial de The Criterion.) †