El rostro de la misericordia / Daniel Conway
El Espíritu Santo guía a los matrimonios hacia Jesucristo
Durante su audiencia general del miércoles 23 de octubre, el papa Francisco ofreció reflexiones sobre la relación entre el Espíritu Santo, a quien el Santo Padre llama “el don de Dios,” y las diversas formas en que este guía al pueblo de Dios hacia Jesús, nuestra esperanza.
“Hoy”—comenzó el Papa—“queremos recoger algunas migajas de la doctrina del Espíritu Santo desarrollada en la tradición latina, para ver cómo ilumina toda la vida cristiana y, especialmente, el sacramento del matrimonio.”
El Papa Francisco inició su audiencia haciendo alusión a la enseñanza de San Agustín, quien desarrolló la doctrina de la Iglesia sobre el Espíritu Santo. Según el Santo Padre:
[Agustín] parte de la revelación de que “Dios es amor” (1 Jn 4:8). Ahora bien, el amor presupone alguien que ama, alguien que es amado y el amor mismo que los une. El Padre es, en la Trinidad, el que ama, la fuente y el principio de todo; el Hijo es el que es amado, y el Espíritu Santo es el amor que los une. El Dios de los cristianos es, por tanto, un Dios “único,” pero no solitario; la suya es una unidad de comunión, de amor.
El gran misterio que llamamos la Santísima Trinidad, tres personas en un solo Dios, es una triple expresión de amor, de amar y de ser amado, y constituye, por tanto, una unidad de comunión y amor.
El Espíritu Santo es el vínculo de unidad entre el Padre que ama y el Hijo que es amado.
El Sumo Pontífice prosigue: “Él es, en otras palabras, el Nosotros, el Nosotros divino del Padre y del Hijo, el vínculo de unidad entre diferentes personas.”
Esta “unidad de comunión y amor” es el modelo del matrimonio sacramental.
Según el Papa Francisco, la mujer y el hombre que se unen en santo matrimonio se convierten en “la primera y más básica realización de la comunión de amor que es la Trinidad.” Cada integrante de la pareja se reconoce como un “tú” y un “yo” y, según el Papa, se presentan ante el resto del mundo, incluidos sus hijos, como un “nosotros.”
Qué hermoso es oír a una madre decir a sus hijos: “Tu padre y yo …,” como dijo María a Jesús, que tenía entonces doce años, cuando lo encontraron enseñando a los Doctores en el templo ( Lc 2,48); y oír a un padre decir: “Tu madre y yo,” casi como si fueran una única persona. ¡Cuánto necesitan los hijos esta unidad—“papá y mamá juntos”—la unidad de los padres, y cuánto sufren cuando falta! ¡Cuánto sufren los hijos de padres que se separan, cuánto sufren!
Para reflejar con éxito la unidad de la comunión y el amor, el matrimonio necesita el apoyo del Espíritu Santo, que es un don de Dios para ellos.
Según el Papa Francisco, “Allí donde entra el Espíritu Santo, renace la capacidad de entregarse.” El Santo Padre afirma que, como don recíproco del Padre y del Hijo en la Trinidad, el Espíritu Santo es también “a razón de la alegría que reina entre ellos.” Señala que al hablar de las tres personas de la Santísima Trinidad, los padres de la Iglesia no temían utilizar “la imagen de gestos propios de la vida conyugal, como el beso y el abrazo.”
Así pues, el Espíritu Santo aporta tanto esperanza como alegría a la pareja que se une en matrimonio; es el vínculo de amor que los mantiene unidos así lo pensó el Creador cuando “creó al ser humano a su imagen y semejanza [...]: hombre y mujer los creó” (Gn 1:27). Según el Santo Padre, “Nadie dice que esa unidad sea un objetivo fácil, y menos en el mundo actual; pero ésta es la verdad de las cosas tal y como el Creador las concibió y, por tanto, está en su naturaleza.”
El papel del Espíritu Santo como vínculo de la unidad de comunión y amor entre las parejas casadas no es algo de lo que se hable a menudo. Por lo tanto, la formación espiritual de los casados se convierte en responsabilidad de toda la Iglesia. Tal como señala el Papa:
No estaría mal, por tanto, si, junto a la información de orden jurídico, psicológico y moral que se da en la preparación de los novios al matrimonio, se profundizara en esta preparación “espiritual,” el Espíritu Santo que hace la unidad. Dice un proverbio italiano: “Entre mujer y marido no pongas el dedo.” En cambio, hay un “dedo” que se debe poner entre marido y mujer, y es precisamente el “dedo de Dios”: ¡es decir, el Espíritu Santo!
(Daniel Conway es integrante del comité editorial de The Criterion.) †